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Aunque el Diario Ilustrado tiene una finalidad básicamente económica y su principal objetivo es la contribución al desarrollo del consumo de apio, hoy es una festividad que merece ser señalada de forma especial.

Hoy es un día especial y ella ya lo sabe.
Yo no. Yo he tenido que mirarlo en mi agenda de cosas importantes, pero para el caso es lo mismo.

wolfs

Cuando uno abre un tenderete, aparecen dispares visitantes. Por experiencia sé que muchos de esos seres, se desaparecen justo cuando uno baja la persiana. Como si toda aquella relación (básicamente sexual y orgiástica) sólo se basara en el lugar de encuentro y no en las personas que allí se encuentran. Y uno tiene a lamentar las pérdidas en lugar de celebrar –como es debido-, los encuentros.

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La vida es un viaje entre tinieblas que uno no elige empezar (pero que puede decidir terminar en cualquier momento), un viaje que no tiene ningún objetivo ni ninguna finalidad y en el que no hay nada imperecedero (aparte de las bolsas de plástico del súper), es por ello que, ya que hay que viajar, hay que saber elegir bien a los compañeros de viaje.

Iba yo, con el vehículo que el destino me ha otorgado, por el carril exterior de una rotonda cuando, de pronto, un Anormal se ha cruzado ante mi. He pisado el freno y durante unas décimas de segundo he esperado, oír y notar, el contundente golpe. No se ha producido. El Anormal ha seguido se camino. Yo he seguido el mío. Y el resto del mundo, ha continuado con su indiferente existencia.

Sólo el susto.

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En la pantalla de mi imaginación, que es made in usa y que, por tanto, se rige por ley del talión, media docena de conductores detenían su trayectoria y un justiciero divino (el barbudo de las alpargatas) bajaba de los limbos para impartir justicia. Daba unos golpecitos con los nudillos a la ventanilla del conductor Anormal, y tras saludarlo, sacaba su escopeta de cañones recortados y le volaba la cabeza.

Por desgracia, la realidad es injusta.

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Si uno resulta herido o muerto en un accidente, que “la culpa” del accidente sea de otro, importa poco. Como decía Kurt Cobain: Si te encuentras en medio de un incendio, lo que menos te importa es quien lo ha provocado”.

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De todos modos, sed prudentes al volante. Como dijo James Dean, en un anuncio contra la siniestralidad en las carreteras: “Conducid con prudencia, la vida que salvéis podría ser la mía.”

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Circula por ahí un viejo documental codirigido por un joven y aún desconocido Robert Altman, sobre James Dean. The James Dean Story (1957). Muy recomendable.

Mi ignorancia me hacía entrever a un James Dean frívolo, guaperas y aficionado a la velocidad que acabó accidentándose con un Porsche Spyder.

Había visto ya toda su filmografía (sólo tres películas y todas muy recomendables) pero el mito Dean no me dejaba entrever a la persona.

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Que James Dean es muy guapo y muy rebelde se observa en cualquier imagen suya. Pero al igual que Marilyn Monroe, existía una persona detrás. Una persona que, como Marilyn, estaba profundamente sola y vacía. Y aunque adulada, deseada y casi venerada (más, tras sus trágicas muertes) estaban muy desamparados.

JamesDean

El documental ha cambiado mi percepción sobre James Dean. Me lo ha acercado. O nos hemos acercado, porque si de algo verdaderamente sé yo, es de vacíos, soledades y desamparos.

En sus propias palabras, Dean dice “necesito a la gente pero la aparto de mí. Creo que estoy vacío, que no merezco nada bueno, que nadie puede quererme. Y temo tanto que me dejen, que no permito a que nadie se acerque a mi”.

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Esto ha coincidido, en mi espacio-tiempo, con un panegírico que una amiga me ha dedicado, en el que me atribuye un comportamiento parecido. Reservado, replegado en mí mismo y con las escotillas y los puentes levadizos siempre cerrados. Hum…

El 1 de enero del 2000 empecé a fichar películas. Nada, unos breves apuntes para mí, con algunos datos básicos y una pequeña reseña. Enseguida me di cuenta que ni las hojas ni las libretas eran efectivas para realizar búsquedas.

Ni me planteé usar una base de datos, como ACCESS. Aunque intuía que la cosa iría creciendo, pensé que tampoco había necesidad de currárselo tanto. Y empecé a usar el CARDFILE.

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El Cardfile era una aplicación del Windows (95, 98, Me) que actualmente ya no aparece entre los Accesorios. Equivalía a un fichero de tarjetas. Era muy simple. Cada tarjeta tenía un encabezado (donde yo ponía el título de la peli) y un cuerpo (donde iban datos como director, año, actores…).
Permitía realizar búsquedas simples. Simples pero efectivas:
¿Qué pelis de Al Pacino/dirigidas por Billy Wilder he visto?

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Como soy una persona muy rutinaria (tanto que aburro hasta a las piedras) he seguido con este “arcaico” método hasta hoy.
Hoy le he dado a “Añadir nueva…” y el sistema me responde: “Se ha superado la capacidad de esta aplicación”.
En este momento el Cardfile contiene 1260 películas.
Y no admite más.
¿Y ahora qué?

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No sólo las cadenas de televisión quieren tener tus datos. El otro día fui al banco, a quitar el nombre de un muerto de la libreta de ahorrillos.

Tarea que se realizó con una inhumanidad digna de mención: se hablaba del “fallecido”, del “traspasado” como hablan del Banco Central Europeo, o del T.A.E…. cosas intangibles, etéreas… cosas “que escapan a nuestra comprensión”.
Oiga, que ese “fallecido” estuvo sentado en una silla incómoda como la que estoy yo, hace menos de un año.
(Esta rabieta por la inhumanidad tiene mucho que ver con el médico que acompaña al paciente hasta su funeral, del manga Say hello to Black Jack).

Banqueros_WallStreetUnos banqueros de Wall Street

Como yo no tenía ninguna cuenta en ese banco (¿una cuenta para tener qué?) tuvieron que abrirme una. Y me pidieron infinidad de datos. Tuve que mirar el DNI para confirmarle mi nombre (Marilyn Manson dice en su biografía: “he descolorido mi nombre”. Algo similar me ocurre a mí. Se me hace tan extraño, tan ortopédico, que suelo firmar como Leo Bennacker, sin pensarlo. Ese nombre, a diferencia de lo que pone el DNI, lo elegí yo). Harto de darle datos, le lancé:
¿Y esto es realmente necesario?
Bueno… tengo que poner algo –me dijo el tipo del banco, un lechuguino que cuando no tiene a nadie al otro lado de su mesita, sigue hablando, solo, por lo bajini.- Algo… sino, el programa no me deja seguir.

Estuve tentado de inventarme algunos datos secundarios. Porque siempre me ha gustado el teatro, y aquél que con más insistencia pregunta, bien se merece que se le mienta, para que aprenda que la pregunta no obliga a la respuesta coherente. Pero como soy cobardica, hice como los otros borregos y puse mi cuello bajo su guillotina.

Hago una reverencia japonesa y os pido disculpas.

Una cadena de televisión, omitiremos cuál porque esto es aplicable a más de una, ofrece en su página web la posibilidad de registrarse.
Te mandan un boletín al buzón con avances de programación y otros servicios que ellos consideran de tu interés. También tienes acceso a la sección de participación: con foros, blogs y concursos.
Como soy una persona que ve la televisión (que no es lo mismo que sentarse ante el televisor y ver lo que echan) me interesan estos servicios. Y suelo registrarme.
Lo hago inventándome todos los datos menos el mail.

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Dejar cualquier dato real por Internet es peligroso. Con pocos conocimientos y mucho tiempo libre, cualquier anormal puede realizarte un abordaje. Con más paciencia que una araña, se pueden acumular muchos datos sobre una persona. Los pedófilos son unos auténticos expertos en estas cosas: peinan foros y redes sociales y pueden llegar a presentarse a las puertas de tu instituto o en tu casa el día de tu cumpleaños.

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En la página web de esa cadena de televisión hay unos concursos de una simplicidad infantil; tanta, que mientras consulto su programación, suelo participar sin mirar siquiera cuál es el premio.
Hace poco gané una camiseta y un bolígrafo de una popular serie de televisión. Obviamente nunca me llegaron, y no porque haya tongo, sino porque había dejado dicho que vivía en: C/ Del Mul, s/n. 03246 Agapito del Barranco (Cuenca) o cualquier cosa parecida.
Hace poco he ganado un libro, y en el mail de felicitación, se me indica que no me lo podrán mandar, sino les facilito mi dirección real.

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He llegado a la conclusión que aquellos usuarios que tiene los datos inventados tienen más posibilidades de ganar.

Es evidente que en esos concursos SI gana alguien, pues el beneficio que sacan revendiendo tus datos a otras empresas es mucho mayor que lo que se gastan en mandarte cualquier detallito.

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Hace algunas semanas que me ronda por la cabeza la siguiente pregunta:
¿
Y qué haría si fuera invisible?
La lectura del crossover de Alan Moore (La liga de los hombres extraordinarios), en que mezcla en una historia a protagonistas de novelas de aventuras y ciencia-ficción de finales del XIX (personajes de Conan-Doyle, Verne, Stevenson, Poe, Wells,…) quizás sea la causa. Allí aparece “el hombre invisible” y es, a mi gusto, el más atrayente de los personajes.

Volvamos a la pregunta que apenas me deja dormir, provocándome todo un diorama de fantasías en las que yo tengo el poder (aunque no sé cómo lo he logrado) de volverme invisible, a voluntad.
¿Y qué hago siendo invisible?
Pues el mal, claro está.

El único enemigo que debe temer un hombre invisible (o una mujer invisible) es el resfriado. Pues parece que todos los clásicos están de acuerdo en que las ropas no pueden volverse invisible (lo cual es una suerte, pues imaginad lo que costaría dar con un calcetín extraviado ¡siendo invisible!)

En la vida real, se han logrado ropajes que mediante no sé qué historias pueden volver invisible al portador. En realidad, creo que proyectan un fondo encima, como “el croma” de los meteorólogos de tv.

También se ha logrado que los billetes de valor más elevado sean invisibles a la gente de bajo poder adquisitivo (lo cual explica porque te cuesta tanto ver un billete de 500€).

Pero no se ha logrado volver invisible a un ser humano. Y dudo que si se consiga, se haga público. Yo, desde luego, no lo haría. Pero yo porque soy mala persona.
Y este post invisible es otra prueba fehaciente de mi inusitada maldad.
Muajajajja (risa malvada)

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El otro día realicé un viajecito al cementerio, para asear la lápida de mi padre, y plantificar, en esos jarrones colgantes, unas flores plastificadas (este mes sería su aniversario).

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Una lápida es nuestro último Facebook. Y un cementerio no es más que una red social (de muertos) donde los familiares y amigos del “usuario” se encargan de editarle el perfil público.

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Estuve cotilleando entre los bloques de lápidas. Un luminoso y fresco día de primavera, invitaba a perder unos minutos en la observación. Encontré matrimonios con “tumbas pareadas”; familias accidentadas (padre, madre e hija, fallecidos el mismo fatídico día); lápidas con fotografías descoloridas y flores marchitas; auténticos mini-templos, con todo tipo de artilugios; y –para mí sorpresa- a un antiguo compañero de instituto.

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Como mi relación con el entorno es puramente circunstancial, desconocía que D. estuviera muerto. Nunca fuimos amigos, a lo sumo compartimos alguna clase de alguna materia optativa. Y lo único que recuerdo, aparte que tenía un hermano (¿?), es que tenía el cabello moreno y una nariz “acerdada” (detalles que aún se aprecian en la lustrosa fotografía pegada al mármol negro; así que ni siquiera eso es un recuerdo propiamente dicho).

No me entristeció saber que está muerto. En realidad, y aún a riesgo de ser políticamente incorrecto, ver tumbas de gente que ha muerto mucho más joven que yo, siempre me ha provocado cierto animo. En especial, los días luminosos en que la vida –incluso la mía- parece algo digno de ser vivido.

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Así que no descarto volver pronto al cementerio, y buscar –esta vez con afán- las tumbas de antiguos conocidos generacionales.
Me ahorraría la búsqueda si, a la entrada del cementerio, se colgara un índice o catálogo de fallecidos. Claro que esto no es más que un apunte, fruto de una visión práctica de la existencia.

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