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Parsifal_Liceu

Acto I

Está amaneciendo en un claro del bosque, en los dominios de Monsalvat; territorio de los Caballeros del Grial. El sonido de trombones llama a Gurnemanz y los escuderos que duermen en el bosque, a rezar. Deben prepararse para el baño del Rey Amfortas. Aparece una figura extravagante, Kundry, con el cabello enmarañado; llega de un exhausto viaje desde las profundidades de Arabia, y trae un bálsamo para aliviar el sufrimiento del Rey. Aparece entonces la procesión. Amfortas es llevado en su litera, Gurnemanz le entrega el frasco traído por Kundry, pero ella, en silencio, rechaza toda muestra de agradecimiento. Su actitud apenas sorprende a los escuderos, que la consideran la culpable de la desgracia del Rey. Gurnemanz les saca de su error: desde el día en que Titurel, el fundador de Monsalvat, la encontró, ella ha servido siempre al Grial. Sin embargo, los hechos demuestran que cada una de sus ausencias ha coincidido con alguna desgracia de los Caballeros. Ante la mirada atenta de los pajes, Gurnemanz deja que sus pensamientos se llenen de recuerdos:

Hace mucho tiempo había dos tesoros en Monsalvat: el Grial, el cáliz sagrado donde se recogió la sangre del Salvador, y la Lanza que le hirió en el costado. Fueron entregados a Titurel, padre de Amfortas, para que los guardara. Titurel mandó construir Monsalvat y allí fundó una Orden de Caballeros. Un caballero, Klingsor, incapaz de controlar su propia libido, se castró a sí mismo; pero fue expulsado de la Orden. Exiliado al desierto, Klingsor construyó, por arte de magia, una tierra de placeres, repleta de flores diabólicas, y desde entonces, intenta atrapar a los Caballeros en su maléfico castillo para conseguir acabar con la Sagrada Orden de los Caballeros. Cuando Titurel, ya anciano, entregó la insignia del soberano a Amfortas, éste, en el ardor de la juventud, decidió combatir al diablo de Klingsor, a cuyo castillo se dirigió llevando con él la Sagrada Lanza. En el castillo, Amfortas fue seducido por una mujer, una flor del infierno, y la Lanza cayó en poder de Klingsor quien se la clavó a Amfortas en el costado, provocándole una herida que sólo la propia lanza puede curar. Desde entonces, todos los que intentaron recuperarla de manos del brujo, también han sucumbido. Sin embargo, el Grial ha profetizado que un día llegará un hombre puro y gran conocedor de la pena.

Mientras los escuderos repiten la profecía con devoción, un cisne cae en el claro del bosque. Orgulloso de su arco y de sus flechas, un joven se jacta de ser el autor del disparo. Gurnemanz le hace apenarse, haciéndole ver el dolor angustioso de la hermosa ave. El joven no sabe porque ha disparado, ni quién es, ni de donde procede. Sólo sabe que su madre se llama Herzeleide.

Kundry se le acerca, ella sabe que el muchacho al alejarse de su madre, la ha puesto en peligro dejándola sola, y que Herzeleide ha muerto. Temblando de furia, el joven parece dispuesto a matar a Kundry, pero se desmaya perturbado por sus emociones. Kundry logra despertarlo con un poco de agua del manantial, y después se vuelve a esconder entre la maleza, alejada de todos. Mientras tanto, el Rey Amfortas ha vuelto de su baño. Gurnemanz invita al joven desconocido a presenciar la celebración del Grial.

Aparece una gran sala donde los Caballeros esperan la llegada de Amfortas para celebrar el sacrificio. Titurel le invita a hacerlo. Antes de morir, querría ver el Grial al descubierto, ya que es lo que le mantienen vivo. Pero Amfortas se niega a acceder: el Grial le da la vida a él también, y para él la vida es un tormento.

El oráculo desciende desde la cúpula: un hombre puro y gran conocedor de la pena, llegara. Amfortas, transfigurado, descubre el Grial: su herida vuelve a sangrar. Se lo llevan, y la procesión abandona la sala. Parsifal sin decir palabra, y sin aparentemente haber entendido nada, lo ha visto todo. Gurnemanz lo echa de malas maneras, ¡Dejad que el ganso, se vaya a buscar su gansa y que deje en paz a los cisnes!

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Parsifal_

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Acto II

En el castillo mágico de Klingsor, el brujo se halla en su torre, ante su espejo mágico. Ya ha llegado la hora: ve al joven valeroso dirigiéndose a su castillo. Debe despertar a la esclava de su encantamiento: es Kundry que con un grito animal, aparece a la llamada del brujo. Desearía dormir para siempre. Una vez más Kundry, desafía a Klingsor, el mutilado, pero él la vence. El apuesto joven, quien ha de sucumbir, se acerca; Klingsor esperar ser pronto el dueño, no sólo la Lanza, sino también del Grial. Con un grito de dolor, Kundry se dispone a llevar a cabo su misión.

En un jardín de placeres las Doncellas Flor dan la bienvenida al joven, insinuándose, después de que éste haya vencido a todos los guardas. Pero el permanece insensible a sus sensuales provocaciones.

Entonces, una voz mucho más dulce le llega de entre las demás y lo deja paralizado. La voz ha pronunciado su nombre: Parsifal, así era como su madre le llamaba. Kundry despide a las Doncellas Flor y habla a Parsifal de su madre, quien ha muerto de pena después de que él la abandonara. Lleno de resentimiento, Parsifal cae junto a Kundry. Ahora puede conocer el amor que su madre conoció y recibir, de la mensajera del brujo, su primer beso de amor, como una última bendición materna. Pero cuando se abrazan, Parsifal se separa de un salto: ha visto en su mente la herida de Amfortas, y bajo la sangre ardiente ha visto el lamento del Salvador. Empuja a Kundry a un lado tras darse cuenta del engaño. Kundry le suplica que se apiade de ella ¡Hace tanto que le espera! Una vez, en su camino lleno de sufrimiento, ella se encontró con el Salvador y se rió de él. Desde entonces, no puede deshacerse de esa risa a menos que consiga seducir alguna víctima a pecar: ella debe ser amada y redimida. Parsifal se indigna ante tal blasfema. Ahora lo ve todo con claridad, quiere volver a Amfortas. Ella le promete enseñarle el camino de vuelta, a cambio de que Parsifal le conceda una hora de amor. Él la rechazada. Kundry, llena de ira, convoca a todos los caminos del mundo para que se cierren ante él. Entonces, Klingsor intenta matar al incauto joven con la Lanza, pero Parsifal logra quitársela y, haciendo la señal de la cruz, pone fin al encantamiento del castillo.

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parsifal_PlacidoDomingo

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Acto III

Han pasado los años. Es primavera, y en claro del bosque habita como un ermitaño el ya anciano Gurnemanz. Un quejido atrae su atención. Se trata de Kundry, que ha vuelto de nuevo. Gurnemanz la despierta y la consuela. Ella sólo quiere servir. ¡Pero el Grial ya no es lo que era, y apenas hay mensajes que llevar! Entonces lo ve: ¿Quién es este que se acerca, con armadura negra y una lanza en su mano? El visitante se detiene, clava la lanza en la tierra y se arrodilla, Gurnemanz le reconoce: es el que hace mucho tiempo mató al cisne. ¡Y trae la Lanza Sagrada!

Parsifal narra cómo ha sido arduo su camino: una maldición le hacia siempre perderse por los caminos. Gurnemanz le habla: Titurel ha muerto; ya no celebra el Grial, y privados del consuelo divino, los Caballeros han entrado en decline; Amfortas desea morir incluso aún más. Parsifal, exhausto física y emocionalmente, está a punto de derrumbarse. Kundry ha ido a buscar agua del manantial para lavarle los pies. Gurnemanz derrama el agua pura sobre su cabeza. Kundry ha untado los pies de Parsifal con un bálsamo y se los ha secado con sus cabellos; así Parsifal se convierte en Rey. Como primer acto: bautiza a Kundry. Ella llora de emoción, y Parsifal observa con turbación la belleza de la pradera que parece sonreírle. Se trata del encantamiento del Viernes Santo: el rocío sobre las flores, las lágrimas del pecador, la sangre del Salvador. Las campanas del medio día replican. Es hora de irse.

Para el funeral de su padre, Amfortas, debe descubrir el Grial; lo hará por última vez, pues desea fervientemente morir. Amfortas se lamenta y se maldice a sí mismo. Fue él quien causó la ruina de su padre. ¡Que el sagrado Titurel interceda con el Salvador para que así el pecador pueda morir por fin! Los caballeros le apremian para que descubra el Grial. Con un dolor delirante, Amfortas se niega a hacerlo. Entonces se desgarra las ropas y muestra la herida que sangra, incurable. ¡Que le maten y el Grial volverá a la vida!

Parsifal se ha adelantado. Sostiene la Lanza Sagrada que tiene el poder de curar la herida que ella misma provocó. Toca a Amfortas y la herida cicatriza. Kundry cae al suelo, muerta. Parsifal descubre el Grial. Todos se arrodillan para rendirle honores reales.

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Fuente: http://www.wagnermania.com

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PRÓLOGO

Es de noche en la roca de las walkyrias. Al fondo, brilla el resplandor de las llamas que protegieron el sueño de Brünnhilde; mientras, las tres Nornas, hijas de Erda, trenzan el cable de oro del destino que la primera ata a las ramas de un pino, la segunda a una roca y la tercera lanza tras de sí.

La primera, la más vieja, muestra a sus hermanas el fuego que mantiene Loge alrededor de la walkyria y las anima a cantar y a hilar. Mientas ata el cable de oro, recuerda cómo antaño cumplía con gozo esta tarea en las poderosas ramas del gran fresno del mundo, a cuya sombra manaba el manantial de la sabiduría. Un día, Wotan vino a beber de él, lo que pagó con uno de sus ojos. Después cortó una de las ramas del árbol y, con ella, construyó su lanza. Pero, a partir de ese momento, el fresno comenzó a envejecer, sus ramas se marchitaron, su hojas cayeron y se secó la fuente que, a sus pies, brotaba. ¿Qué pasó entonces? Arrojando el cable a su hermana, la primera Norna la invita a hablar.

La segunda Norna cuenta cómo Wotan grabó las runas de los pactos sobre su lanza, y que sobre esos tratados descansaba su poder. Un día, vio cómo un héroe la rompía y, entonces, reunió a los guerreros del Walhalla y les hizo abatir el, ya marchito, fresno del mundo. ¿Qué pasó entonces? Arrojando el cable a su hermana más joven, la segunda Norna la invita a hablar.

La tercera Norna cuenta cómo los héroes amontonaron los leños secos alrededor de la sala de los dioses. Si arde la madera, llegará el fin de los eternos. Las Nornas siguen contando cómo Wotan sometió a Loge con la magia de su lanza y cómo éste, buscando su libertad, intentó roerla con los dientes, pero el rey de los dioses lo sometió, obligándole a rodear la roca de Brünnhilde. Un día Wotan hundirá los trozos de su lanza rota en el pecho de Loge y allí empezará el incendio que prenda los leños del fresno del mundo. Las Nornas manejan el hilo con creciente dificultad. Se preguntan qué fue de Alberich, pero hasta ellas llegan las consecuencias de su maldición: la cuerda se rompe, y también la clarividencia de las hermanas que vuelven, precipitadamente, a las entrañas de la tierra.

El sol se ha levantado y brilla. Llega Siegfried en compañía de Brünnhilde que sujeta por las bridas a su caballo Grane. La pareja intercambia juramentos de fidelidad. La walkyria le ha enseñado a su esposo las runas sagradas, le ha entregado todo su saber, le pide a cambio amor y fidelidad y le incita a que cumpla su destino heroico. Siegfried, en prenda de su fidelidad y de su amor, le entrega el anillo que maldijo Alberich y que, para él, sólo vale lo que le costó conquistarlo. Brünnhilde, a su vez, le entrega a su caballo Grane.

Después de un último abrazo, se separan. Y se oye, cada vez más lejano, el sonido del cuerno del héroe.

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Gunter-GutruneGunther & Gutrune

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ACTO 1

Escena I

En la sala del palacio de los guibichungos, a orillas del Rin. Gunther y Gutrune charlan con Hagen, su medio hermano materno e hijo a su vez de Alberich, alabando sus buenos consejos. El continuador del negro pensamiento del nibelungo está en la idea de reconquistar el anillo. Conocedor de las andanzas de Siegfried y de sus amores con la walkyria, pero silenciándolos, aconseja a sus hermanos asegurar el futuro de la dinastía mediante dos matrimonios. Para Gunther, propone a Brünnhilde, la walkyria que duerme sobre una roca inaccesible, rodeada por una muralla de fuego. Pero Gunther no podrá franquear semejante obstáculo, sólo Siegfried, el héroe que ha conquistado el tesoro de los nibelungos, puede lograrlo y, a la vez, casarse con Gutrune; puesto que cederá gustoso al guibichungo el fruto de su proeza, si antes se ha rendido a los encantos de la mujer que puede servirse, para ello, de un filtro mágico que le hará olvidar pasados juramentos y le convertirá en esclavo de quien se lo ofrezca.

Los hermanos esperan impacientes la llegada del héroe.

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Escena II

El sonido de su cuerno anuncia la llegada de Siegfried. Hagen reconoce al héroe, Gunther desciende a orillas del Rin para recibirlo y Gutrune se retira, emocionada, después de observarle en la lejanía. Al desembarcar y preguntar a los dos hombres cuál de ellos es Gunther, ya que tiene noticia de su fama, le ofrece que escoja entre la lucha o la amistad. Éste se presenta y le ofrece alianza y fidelidad.

Hagen cuestiona al héroe sobre el tesoro de los nibelungos, pero Siegfried, que desdeña su inutilidad, confiesa que lo dejó abandonado en la cueva del dragón y que sólo tomó el yelmo mágico. El hijo de Alberich le desvela el poder del objeto, pero Siegfried no le presta atención. También recuerda que cogió un anillo, pero que se lo dio, en prenda de amor y fidelidad, a una noble mujer. Entonces, llega Gutrune con una cuerna en la mano y se la presenta en señal de bienvenida.

Un segundo antes de beber, recuerda tiernamente a Brünnhilde y se jura no olvidar nunca su fiel y ardiente amor. Pero, cuando ya la ha bebido, cae bajo el hechizo del filtro: su pasión se enciende al mirar a la joven y, en ese mismo momento, se la pide a su hermano en matrimonio. Gutrune se siente indigna de un amor conseguido de esa manera y abandona la sala. Siegfried contempla hechizado su marcha y le pregunta a Gunther si ya ha elegido una esposa para él.

Gunther le comenta lo difícil que le resulta conquistar a la mujer que ama, Brünnhilde, ya que está rodeada de fuego en una roca solitaria. Al oír el nombre de la walkyria, Siegfried parece recordar algo, pero el poder del filtro ha causado su efecto y ofrece a Gunther conquistar por él a la mujer, a condición de que, en recompensa, le dé a Gutrune. Cubriéndose con el tarnhelm, adoptará el aspecto del guibichungo y le traerá a la novia prometida. Con un solemne juramento sellan su alianza bebiendo en una cuerna en la que, antes, han vertido unas gotas de su propia sangre. Hagen rechaza el participar del pacto de hermandad, aduciendo que su sangre corrompería la bebida. Gutrune ve partir a los guerreros y Hagen disfruta al pensar cómo ambos, sin saberlo, le están sirviendo.

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Escena III

Brünnhilde, silenciosa y pensativa, a la entrada de su gruta, contempla el anillo que Siegfried le regaló y lo cubre de besos. Entonces escucha, a lo lejos, un galope aéreo que conoce bien: su hermana Waltraute ha llegado y piensa que le puede traer el perdón de Wotan. Waltraute no comparte su alegría. Llega angustiada, y le cuenta que Wotan desde que la castigara, vive inquieto y descorazonado. Un día ordenó a sus héroes abatir el fresno del mundo y construir una hoguera en torno a la sala de los dioses; después, convocó a los eternos y, desde entonces, les preside a ellos y a sus héroes, inmóvil, apretando en el puño las astillas de su lanza. En vano sus hijas, walkyrias, le imploran e intentan confortarle, sólo espera a que sus dos cuervos le traigan buenas noticias.

Sólo una vez, en su mirada vidriosa, apareció el recuerdo de Brünnhilde y recordó que si ella devolviera el anillo a las hijas del Rin, los dioses y el mundo se salvarían. Fue entonces cuando Waltraute decidió dejar furtivamente el Walhalla y suplicar a su hermana que devuelva el anillo.

Pero para Brünnhilde el anillo es más sagrado que la raza de los dioses y su gloria, ya que es la prenda de amor de Siegfried, y jamás consentirá en devolverlo. Waltraute deja, desesperada, a su hermana.

Ya ha anochecido y las llamas que envuelven la roca brillan de forma extraordinaria. Se escucha, a lo lejos, el cuerno de Siegfried y la walkyria, feliz, se lanza hacia él; pero retrocede, horrorizada, al no reconocer al guerrero que tiene frente a ella. Sin embargo, es Siegfried que, bajo la influencia del filtro y por la magia del yelmo, se presenta ante ella con el aspecto de Gunther. Así, podrá ganarla para el guibichungo. En vano lucha la mujer, que se cree, de nuevo, castigada por la ira de Wotan. En vano invoca el poder del anillo; sus fuerzas la traicionan y el héroe le arranca la joya que pone en su propio dedo. La declara novia de Gunther y la obliga a entrar en su gruta. Hasta allí la seguirá, pero mantendrá la palabra, dada a su aliado, de no tocar a la novia. Nothung será testigo de su castidad.

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götterdämmerung_BrünnhildeUna imponente Brünnhilde a punto para acabar con la Tetralogía de Wagner

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ACTO 2

Escena I

La noche es muy oscura. Hagen hace guardia frente al palacio; parece dormir, pero tiene los ojos abiertos y fijos. Su padre, Alberich, agachado delante de él, dirige su sueño: hablándole en voz baja, le insta a que siga la lucha por la conquista del anillo; es el momento adecuado, un welsungo acaba del romper la lanza del dios, que ya ve con angustia acercarse el fin del Walhalla. Hagen ha de robar, sin demora, el anillo a Siegfried para alcanzar la soberanía del mundo, y pronto pues, por consejo de Brünnhilde, el héroe puede devolvérselo a las Hijas del Rin y, entonces, ya nunca podrá volver a ser de los nibelungos.

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Escena II

Hagen jura a su padre y a sí mismo hacerse con la joya mientras Alberich desaparece. Amanece en el Rin; por él llega Siegfried, anunciando a Gutrune la noticia de que acaba de ganar a Brünnhilde para su hermano, y le cuenta a la joven cómo lo ha conseguido.

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Escena III

Se debe preparar rápidamente la recepción para dar la bienvenida a la nueva pareja. Hagen llama a los vasallos de su hermano, que acuden armados creyendo que su señor está en peligro; pero éste les calma: sólo se trata de dar la bienvenida a la esposa que Gunther ha conquistado con la ayuda de Siegfried y de ofrecer sacrificios a los dioses para que les sean propicios, especialmente a Fricka. Los vasallos de Gunther, contagiados por las alegres palabras de Hagen, habitualmente sombrío y hosco, se regocijan y juran proteger a su nueva soberana.

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Escena IV

En una barca, llega Gunther junto a una triste Brünnhilde que, se deja conducir. La presenta a sus vasallos, y, después, a Gutrune y a Siegfried. Al verle, la walkyria, horrorizada, se detiene y le mira fijamente, pero él no se inmuta y ella se desmaya. Siegfried la recoge tranquilamente de su desmayo. Entonces, la mujer ve su anillo en el dedo del héroe y le pregunta cómo ha llegado la joya hasta allí, ya que fue Gunther quien se la arrebató. Ni el guibichungo, ni Siegfried saben contestar a la pregunta de Brünnhilde. Hagen aprovecha el momento para acusar a este último de traición y empujar a la walkyria a la venganza. Ésta, llena de dolor, acusa al welsungo de perjurio y de infamia, acusa a los dioses de todos sus males y rechaza a Gunther que, en vano, intenta calmarla, renegando de él como esposo ya que fue al welsungo al que se entregó en cuerpo y alma. Siegfried jura solemnemente que no ha atentado contra el honor, y que el arma sobre la que está jurando –la lanza de Hagen– sea precisamente la que acabe con su vida, si miente.

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Escena V

Brünnhilde, indignada, clama venganza contra el traidor y el perjuro. Siegfried se aleja sólo preocupado por Gutrune, la walkyria, rota de dolor se pregunta de qué terrible sortilegio es víctima. Hagen se acerca a ella y se ofrece a vengarla. El hijo del nibelungo se reconoce inferior a Siegfried en la lucha, pero sabe sonsacar a Brünnhilde un secreto: ella esta segura de que el héroe nunca daría la espalda a un enemigo; ése es su punto débil; sólo allí un golpe sería mortal. Hagen toma buena nota y le cuenta a Gunther su propósito; pero el guibichungo no quiere traicionar a aquél que es su hermano de sangre. El hijo de Alberich intenta disipar sus escrúpulos recordándoles que la muerte de Siegfried le convertiría en el dueño del anillo; pero Gunther sigue dudando, preocupado por el dolor que podría sentir su hermana Gutrune.

Al escuchar el nombre de la mujer, Brünnhilde se une a Hagen. La caza, que deberá desarrollarse al día siguiente, será el pretexto perfecto; dirán que un jabalí le atacó.

Mientras se trama la conjura, Siegfried y Gutrune, acompañados por su cortejo nupcial, aparecen con la cabeza ornada por flores. Invitan a todos a imitarles. Gunther coge la mano de Brünnhilde y les sigue; Hagen apartado, invoca a su padre Alberich y se jura ser muy pronto el dueño del anillo.

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Brünnhilde_SiegfriedBrünnhilde se despide de Siegfried

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ACTO 3

Escena I

En un precioso paraje a orillas del Rin, las ondinas se lamentan de la pérdida del oro que, un día, iluminaba el fondo del río y le piden al sol que les envía al héroe que se lo devuelva. Entonces, se oye el cuerno de Siegfried. Cuando llega hasta el Rin, las ninfas emergen y le ofrecen encontrar el oso, del que acaba de perder el rastro, si les da el anillo que luce, pero él rechaza la proposición: ¡No dará la joya conquistada en combate con un terrible dragón!

Siegfried las contempla sonriente, admirando sus encantos. Las ondinas se ríen de él llamándole tacaño y juegan a desaparecer entre las aguas. Las tres hermanas, más graves y solemnes, le dicen que se quede con él hasta que comprenda la maldición de la que es portador; le previenen de que morirá, como murió Fafner. Pero el héroe no se deja impresionar con esas amenazas, y asegura a las Hijas del Rin que les daría gustoso la sortija a cambio de su amor, pero nunca a causa de sus amenazas, ya que desconoce el miedo. Ante la decisión del héroe, las tres hermanas renuncian a convencer al insensato que no ha sabido conservar ni apreciar el mayor bien que le había sido concedido: el amor de la walkyria y, sin embargo, se empeña en conservar el talismán que le traerá pronto la muerte. Ese mismo día, una orgullosa mujer heredará al welsungo, escuchará sus plegarias y les devolverá lo que es suyo.

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Escena II

Se escuchan fanfarrias de caza a las que Siegfried responde con su cuerno. Gunther y Hagen descienden de la colina con sus hombres. Los servidores preparan la comida, mientras los cazadores reposan y charlan. Siegfried, confesando que no ha logrado ninguna pieza, cuenta, sin emoción, su entrevista con las Hijas del Rin, que le han predicho su muerte para ese mismo día, por lo que Gunther se impresiona y mira de reojo a Hagen, que insta al héroe a hablarle del tiempo en el que se dice que sabía conversar con los pájaros.

Pero hace ya mucho que el welsungo no entiende sus trinos, ahora prefiere las dulces palabras de las mujeres. Hagen y Gunther insisten en que les cuente esa aventura. Entonces, Siegfried les relata su infancia en el bosque, en compañía de Mime, el enano que le instó a combatir a Fafner con la ayuda de Nothung, su magnífica espada; la conquista del tesoro y los sabios consejos del pájaro maravilloso. Hagen, a escondidas, vierte en su bebida un filtro que despierte sus recuerdos dormidos y Siegfried al beber recupera, por entero, la memoria y cuenta, ante el asombro de Gunther, su odisea victoriosa en busca de Brünnhilde y la deliciosa recompensa que le esperaba. En ese momento, dos cuervos echan a volar desde un arbusto. Al preguntarle Hagen si entiende sus graznidos, se da la vuelta para observarlos y Hagen le clava su lanza entre los hombros. Gunther intenta impedirlo, pero ya es demasiado tarde. Siegfried levanta su escudo para lanzarlo contra el traidor, pero le abandonan las fuerzas y cae al suelo mientras su asesino se aleja tranquilamente.

Antes de morir, Siegfried puede pronunciar un último adiós a la mujer amada, a la que sigue sin tener conciencia de haber traicionado y con cuyo recuerdo conforta sus últimos sufrimientos.

Ya es de noche. Los vasallos alzan el cadáver de Siegfried formando un cortejo que lo lleva al palacio.

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Escena III

La risa de Brünnhilde ha despertado a Gutrune que sale del palacio esperando, inquieta y llena de sombríos presentimientos, la vuelta de su esposo y de su hermano. Cuando está a punto de volver a entrar, la voz de Hagen la paraliza: los cazadores han regresado y, sin embargo, no se ha oído el cuerno de Siegfried. Interroga al hijo del nibelungo que le dice brutalmente que el héroe nunca más hará sonar su fanfarria puesto que ha muerto en una lucha con un jabalí.

En ese momento llega el cortejo. Los cazadores depositan el cadáver de Siegfried en el medio de la sala; al verlo, Gutrune se desmaya de dolor y Gunther intenta aliviarla, pero ella le rechaza y le acusa del crimen. Gunther, al disculparse, desvela la culpabilidad de Hagen, a quien maldice. Éste proclama con orgullo su acto y exige, como botín, el anillo que el héroe lleva en el dedo, pero Gunther le prohíbe tocar la herencia de su hermana. Hagen le amenaza, ambos se baten y el hijo de Alberich le mata. Entonces se lanza sobre el cuerpo de Siegfried para arrancarle el anillo, pero la mano del cadáver se levanta, apretando la joya en su puño. Todos los que están allí te aterrorizan.

Aparece Brünnhilde, que avanza serena y majestuosa. Ella, la mujer abandonada y traicionada por todos, viene a vengar al héroe cuya muerte no será nunca lo suficientemente llorada. No se hacen esperar los reproches de Gutrune, pero la walkyria le desvela que es ella la legítima esposa de Siegfried y a la única a la que el héroe verdaderamente amó, jurándole eterna fidelidad. Entonces Gutrune, en el colmo de la desesperación, comprende las maquinaciones de Hagen, el auténtico fin del filtro del olvido y cae sobre el cadáver de su hermano.

Brünnhilde ordena a los vasallos que levanten una pira en la ribera del Rin para el cuerpo del héroe, con él irá Grane, su noble y fiel caballo y ella misma.

Mientas los vasallos apilan la leña, sobre la que las mujeres depositan flores y yerbas, Brünnhilde contempla al amado, al más puro, al corazón más leal que fue, sin embargo, el que la traicionó. ¿Cómo pudo suceder así? Wotan, para reparar la culpa de los dioses eternos, no dudó en sacrificar a su hija, y a aquél a quien amaba, al más cruel de los dolores. Pero, ahora, lo comprende todo. Ve a los dos cuervos, mensajeros de Wotan, dando vueltas al rededor de sus cabezas, esperando volver al Walhalla para anunciar que todo se ha cumplido.

Ordena a los vasallos llevar el cuerpo de Siegfried a la pira, pero antes le quita el anillo del dedo y lo pone en el suyo. Se lo deja en herencia a las hijas del Rin: que ellas vengan a rescatarlo de entre las cenizas, después de que el fuego lo haya purificado, anulando la maldición que cayó sobre todos los que lo poseyeron.

Ya con una antorcha en la mano, Brünnhilde manda a los cuervos de Wotan a informar de lo ocurrido y después, que vuelen hasta la roca donde permaneció dormida y ordenen a Loge, que aún sigue allí, que vaya al Walhalla y abrase la morada de los dioses.

Lanza su antorcha sobre la pira, los cuervos se echan a volar y desaparecen. Dos hombres traen a Grane y, después de quitarle las bridas, salta con él al fuego que consume a Siegfried. Las llamas empiezan a crecer. Las gentes del pueblo se dispersan, despavoridas.

Cuando todo ha sido invadido por el fuego, las aguas del Rin empiezan a crecer, hasta invadir el lugar del incendio. Entre las olas y hasta los restos de la pira, llegan las Hijas del Rin. Hagen se precipita a las aguas en busca del anillo, pero las ondinas le sujetan y le arrastran al fondo del río. Poco después, una de ellas sostiene, triunfal, la joya. Las ninfas empiezan a jugar con ella, mientras el Rin se retira, ya más calmado, hacia su cauce.

Desde las ruinas de la sala de los Guibichungos, los hombres contemplan un rojizo resplandor que sube hasta el cielo. En el momento en el que brilla con mayor claridad, se ve la sala del Walhalla en la que dioses y héroes están sentados.

Cuando la sala desaparece entre las llamas, se escucha el motivo de la Redención por el Amor, que sonó por primera vez en el momento en el que la walkyria anunciara a Sieglinde que esperaba un hijo de Siegmund.

.Arde_WalhallaArde el Walhalla

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Fuente: http://www.wagnermania.com

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siegfried_

ACTO 1

Escena I

El enano Mime, hermano de Alberich, tiene su forja en una caverna en el corazón del bosque. Trabaja en una nueva espada para Siegfried, aunque sabe que el muchacho la romperá como ha hecho con todas las anteriores. En vano ha intentado soldar los trozos de Nothung, el arma de Siegmund; de conseguirlo posibilitaría sus astutos planes: que el joven y fuerte welsungo mate a Fafner, el antes gigante y hoy dragón, que guarda el tesoro de los Nibelungos, y se haga con el anillo mágico. Ya sabrá el enano, después, arrebatárselo.

Siegfried llega del bosque con un oso al que acaba de capturar y lo azuza contra Mime, mientras le reclama su nueva espada. Lleno de pánico, el enano le muestra el arma, que el muchacho parte en dos sobre el yunque, como hiciera con todas las anteriores.

Por la conversación vemos que Siegfried no aprecia al enano que, sin embargo, ha cuidado de él desde su nacimiento; lo que no cesa de recordarle, fingiendo un aprecio que es sólo interés.

Aunque Mime ha intentado hacer creer a Siegfried que él es su padre. El muchacho ha observado cómo en la naturaleza las crías se parecen a sus progenitores, y finalmente Mime, le relata su verdadera historia: su madre, Sieglinde, llegó sola y a punto de dar a luz hasta su gruta, le dio la vida y un nombre: Siegfried, y, antes de morir, lo confió al enano, junto con los trozos de la espada de su padre. El muchacho empieza a soñar con el recuerdo de su madre y ansía la libertad, mientras Mime sigue pensando en cómo soldar los trozos de Nothung.

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Escena II

Un Viandante (Wotan) sale del bosque envuelto en un amplio abrigo oscuro y cubierto con un gran sombrero que le tapa una buena parte del rostro. Pese a la mala acogida de Mime, el dios se aposenta en su gruta, le comenta cómo, a veces, ha pagado la hospitalidad recibida dando sabios consejos a sus anfitriones y le ofrece su cabeza, si no es capaz de enseñarle algo que le interesa mucho conocer. Para desembarazarse del inoportuno huésped, el enano acepta el juego y le plantea tres preguntas: ¿Qué raza vive en las entrañas de la tierra? ¿Cuál es la que respira en la superficie del mundo? ¿Cuáles son los habitantes de las altas cimas? El Viandante responde: los nibelungos, los gigantes y los dioses, respectivamente, aprovechando para recordarle la historia del anillo maldito.

Entonces Mime reconoce al padre de los dioses y desea aún más alejarle de su cueva, pero éste sigue el juego haciéndole, a su vez, tres preguntas a las que deberá responder o perderá su cabeza: ¿Cuál es la raza perseguida por Wotan, a pesar de su amor por ella? ¿Qué espada podrá matar a Fafner? ¿Qué hábil herrero podrá soldar a Nothung? Mime da inmediata respuesta a las dos primeras, muy interesado por el tema: la raza de los welsungos y la espada Nothung, pero ignora la tercera. Ante el pavor del enano, Wotan le responde que sólo quien no conozca el miedo podrá reconstruir la espada y cede a ese ser sin miedo, la cabeza que Mime se había jugado, muy a pesar suyo, en el torneo del saber.

Escena III

El encuentro con Wotan deja a Mime aterrado, hasta el punto de creer que oye al dragón que viene para devorarlo. Aparece Siegfried, reclamando de nuevo su espada. El enano se da cuenta de que él jamás podrá forjarla, pero sí el muchacho, ya que no conoce el miedo. Entonces, intenta enseñarle lo que es el miedo, pero le resulta imposible y, haciendo gala de su astucia, le engaña diciendo que le prometió a su madre moribunda que no le dejaría ir sin saber lo que es el miedo, y que sólo en la cueva de Fafner podrá aprenderlo. Siegfried acepta ir, pero no sin Nothung y, vista la incapacidad del enano, decide reconstruirla él mismo. Reduce los dos trozos de metal a limaduras y logra volver a forjar la espada. Mime urde rápidamente un plan: después de que Siegfried mate al dragón, él le dará un brebaje que le lleve a un profundo sueño y le permita matarlo con su propia espada y hacerse con el anillo y el tesoro.

Siegfried termina de forjar a Nothung y, para probarla, golpea el yunque, que parte en dos.

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Wash Natl Opera-Siegfried¡Nothung está forjada!

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ACTO 2

Escena I

Alberich vela, ansioso, a la entrada de la Cueva de la Envidia, la morada de Fafner, cuando llega el Viandante. Furioso por la presencia de su enemigo, el enano injuria y amenaza al dios, ya que supone que está allí para ayudar a Siegfried, pero Wotan le tranquiliza: ha venido para ver, no para actuar. El dios ya no desea el anillo y Siegfried, además de ignorar el poder de la joya, pertenece a una raza que él ha abandonado. Mime, en cambio, sí ambiciona la joya, sólo a él es a quien Alberich puede temer. Para demostrar sus palabras, el Viandante propone avisar a Fafner del peligro y ofrecerle la vida a cambio del talismán. El dragón rechaza la propuesta: no quiere entregar su, sin embargo, perfectamente inútil posesión. Por fin, el Viandante se aleja riendo, mientras que el elfo negro jura que un día aplastará a la raza de los dioses.

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Escena II

Siegfried y Mime llegan hasta la entrada de la cueva. El enano intenta asustar al muchacho con una escalofriante descripción de Fafner, pero éste no se inmuta y le obliga a alejarse. Ya solo, bajo las ramas de un tilo, piensa en el día feliz en el que no volverá a ver al enano y sueña, lleno de ternura, con la madre que no conoció. Los murmullos del bosque invaden su alma con una misteriosa poesía, y siente no poder entender el canto de un pájaro que trina por encima de su cabeza y que, quizá, le esté hablando de su madre. Intenta imitarle con una caña, pero sólo consigue ruido; así que reemplaza la caña por su cuerno de plata y hace sonar su fanfarria, como lo hace siempre que quiere encontrar un compañero en el bosque y sólo acuden a él osos o lobos. Pero, esta vez, ha atraído a un dragón.

Fafner, en forma de terrible reptil, quiere saber quién interrumpe su sueño. Siegfried, lejos de asustarse, se mofa del aspecto del monstruo antes de blandir su espada y clavársela en el corazón, esquivando la baba venenosa del dragón. En su agonía, Fafner admira el valor del muchacho, le revela la personalidad de gigante que se escondía en él y cómo mató a su hermano Fasolt para hacerse con el tesoro. Antes de morir, le recomienda desconfiar de aquél que le incitó a matarle.

Cuando Siegfried retira la espada del pecho del dragón, su sangre ardiente le mancha la mano, y, al limpiársela con los labios, se da cuenta de que es capaz de entender el canto de las aves. Y el pájaro que se situaba, antes, encima de su cabeza, le aconseja entrar en la caverna y tomar el tarnhelm y el anillo. Siegfried se adentra en la gruta.

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Escena III

Mientras tanto, Mime sale de su escondite y se encuentra con su hermano Alberich. Ambos discuten por la posesión del tesoro, hasta que Mime propone repartirlo; para él: el tarnhelm y para Alberich: el anillo; con el mágico yelmo, no le será difícil arrebatárselo. El señor de los nibelungos no acepta el trato y la pelea sigue, cada vez más violenta, hasta que los dos se prometen que el tesoro será suyo por entero y desaparecen entre los árboles. Siegfried sale de la caverna con el yelmo y la sortija, que observa con curiosidad, sin saber para qué le van a servir; sólo sabe que, en la Cueva de la Envidia, no ha aprendido lo que es el miedo.

Pero vuelve a percibir los murmullos del bosque y, en comunión completa con las voces misteriosas de la naturaleza, escucha de nuevo y comprende el canto del pájaro que le previene de la traición de Mime: Siegfried sólo deberá oír atentamente sus palabras para conocer el sentido real de sus intenciones.

Efectivamente, el gnomo astuto se acerca urdiendo la traición que le permitirá hacerse con el tesoro. No se da cuenta de ello, pero Siegfried no escucha lo que quiere dar a entender con palabras aparentemente amables y afectuosas, sino la verdad de sus malvados sentimientos: cómo siempre odió al muchacho, cómo se sirvió de él con la intención de hacerse con el tesoro, y cómo le dará ahora un brebaje envenenado, bajo el pretexto de reconfortarle en su fatiga; y, por fin, hacerse con el deseado anillo. Siegfried, indignado, lo mata con su espada y lo deja en el fondo de la caverna. Los cadáveres del enano y el dragón guardarán las riquezas amontonadas en el antro. Cuando, de nuevo, descansa bajo la fresca sombra del tilo, vuelven a su alma los murmullos del bosque y le pregunta al pájaro, que ya le ha dado tan buenos consejos, cómo podrá encontrar a una compañera. Entonces, el ave le revela que, sobre una roca solitaria, rodeada de llamas, duerme la más bella de las mujeres, esperando a aquél que, desconociendo lo que es el miedo, traspase la muralla y la haga suya. Su nombre es Brünnhilde.

Siegfried se reconoce a sí mismo en aquél que no sabe lo que es el miedo y, feliz y exaltado, se dirige a la roca de la walkyria, siguiendo el camino que le indica el pájaro.

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Siegfried_MimeAllí está el dragón, dice Mime

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ACTO 3

Escena I

En la oscuridad de una noche de tormenta, Wotan se encuentra frente a la entrada de otra gruta. Apoyado en su lanza, invoca a Erda, el alma antigua de la tierra, y la obliga, con un conjuro, a abandonar su sueño de conocimiento. Aparece, cubierta de escarcha y proyectando un extraño brillo. Antes de que Wotan le pregunte nada, le recomienda consultar a las Nornas, las que velan cuando ella duerme y tejen todos los destinos. Pero el dios de dioses sabe que las tres hijas de Erda conocen los destinos, pero no pueden cambiarlos, y eso es precisamente lo que busca: detener la rueda de lo que está por venir. Erda le recomienda que le pregunte a la hija que ella le dio, a Brünnhilde, la más valiente y la más sabia; pero Wotan le confiesa el castigo que tuvo que imponerle por su rebeldía. La diosa medita, sus pensamientos son tan confusos como los acontecimientos que se desarrollan en el mundo; reprocha a Wotan el ser un obstinado que castiga la obstinación y el necesitar servirse del perjurio para mantener sus pactos, y le insta a que la deje volver a su sueño.

Pero Wotan quiere saber cómo puede vencer la inquietud, el miedo ante el final ignominioso de los dioses. Erda se niega a contestar reprochándole no ser lo que se llama. Wotan le recrimina, a su vez, no ser quien cree ser y anunciándole que su sabiduría primordial llega a su fin, que su saber se desvanece ante la voluntad del dios. Y precisamente su voluntad va a ser la de no luchar contra el destino y dejar que éste se cumpla, señalando como su heredero a Siegfried: el héroe que, desconociendo el miedo, supo conquistar el anillo, y despertará a Brünnhilde para que ella redima al mundo.

Erda desciende al abismo del que Wotan la hizo emerger, y el dios espera, en silencio, la llegada de Siegfried. El pájaro que le ha guiado hasta ahora huye al ver a los dos cuervos que siempre acompañan al rey de los dioses, mientras el muchacho sigue, feliz, su camino.

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Escena II

El Viandante y Siegfried se encuentran y éste le cuenta su reciente aventura y su intención de llegar hasta la walkyria. Cuando le pide a Wotan que le muestre hacia donde debe ir, no lo hace de muy buenas maneras y éste se lo reprocha interponiéndose en su camino, lo que irrita al muchacho, que le amenaza con dejarle sin el ojo que le queda. Poco a poco la paciencia del dios se agota ante la insolencia de Siegfried, hasta que su ira estalla y se declara guardián de la roca de Brünnhilde. Primero le amenaza con que el fuego que guarda a la virgen abrasará su pecho, después le cierra el paso con la lanza, que ya quebró una vez a Nothung. Entonces, Siegfried ve en el Viandante al enemigo de su padre y, con la espada, rompe su lanza en dos pedazos. El dios los recoge tranquilamente y le deja el libre el paso que lleva a la roca. Así, decidido y alegre, Siegfried traspasa el muro de fuego.

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Escena III

Cuando consigue asomarse a la roca de la walkyria, divisa un corcel dormido y un guerrero armado. Al despojarle del yelmo, es una larga cabellera la que surge y al romper la coraza, lo que aparece bajo ella es un cuerpo de mujer. Una gran emoción y una extraña angustia se apoderan de él y, para que venga en su ayuda, invoca a su madre. Por fin ha conocido el miedo.

Despierta a la joven con un beso y, cuando Brünnhilde abre los ojos, se contemplan emocionados. La walkyria saluda a la luz del sol de la que durante tanto tiempo fue privada y pregunta el nombre de quien la despertó. Siegfried le responde, bendiciendo a la madre que le dio la vida y a la tierra que le alimentó permitiéndole ver un día tan dichoso, y Brünnhilde se une a su himno de alabanza. Se trata de Siegfried, a quien ella amó y protegió incluso antes de ser engendrado.

Estas últimas reflexiones de la walkyria confunden al muchacho, que le pregunta si ella es su madre. Brünnhilde le saca del error y le cuenta cómo y por qué fue castigada por Wotan con el exilio del Walhalla y la negación de su naturaleza divina. El recuerdo de lo que fue hace que la nostalgia la lleve a rechazar las ardientes caricias de Siegfried. Pero la diosa casta se ha convertido en una mujer mortal, invadida por el amor, que lucha en vano consigo misma. Brünnhilde se despide de un mundo de dioses que avanza hacia su ocaso y abraza, con Siegfried, su plena condición de mujer.

Siegfried_BrunnhildeAmor a primera vista: Sigfried encuentra a Brünnhilde.


Fuente: http://www.wagnermania.com

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walkure-nothungLa cabaña de Hunding y Sieglinde (apreciad a Nothung en el fresno)

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ACTO 1

Escena I

Estamos en el interior de una cabaña construida alrededor de un enorme fresno que cubre el suelo con sus raíces y traspasa el techo. Fuera ruge la tormenta. De repente la puerta se abre y un guerrero, desarmado y exhausto, se acerca y cae rendido. La dueña de la choza, Sieglinde, descubre al hombre y, cuando despierta, se preocupa por su estado. Mientras le da de beber, primero agua y después hidromiel, éste le cuenta cómo ha tenido que huir de sus enemigos, al romperse sus armas. Ya reconfortado, quiere marcharse enseguida pues sólo lleva infortunio allá donde va, pero la mujer le retiene.

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Escena II

Hunding, el marido de Sieglinde, llega a la choza. Extrañado por la presencia del desconocido, la interroga con la mirada, pero ella le tranquiliza; así que se despoja de sus armas e invita al hombre a su mesa. Inmediatamente le llama la atención el gran parecido físico entre su mujer y el huésped, que cuenta su azarosa vida, ante los ojos cada vez más emocionados de Sieglinde:

Su infancia fue feliz, junto a su padre Wälse (el lobo), su madre y una hermana gemela, pero, un día, cuando volvía de caza con su padre, encontró a su madre muerta, su cabaña quemada y ningún rastro de su hermana. Entonces vivieron como lobos en el bosque, hasta que el padre también desapareció. Nunca pudo encontrar amigos ni compañera. Y, cuando una muchacha le llamó para que la defendiera de un matrimonio forzado, ella murió en la lucha y él se vio obligado a huir, al quedar desarmado.

Escuchando el relato, Hunding reconoce en su huésped al enemigo contra el que sus parientes acaban de entablar batalla. Ateniéndose a la ley sagrada de la hospitalidad, permite que esa noche permanezca bajo su techo, pero al alba, se enfrentará con él a muerte. Por fin, se retira, ordenando a su esposa que le prepare la bebida nocturna y le siga.

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Escena III

El extranjero, en una oscuridad sólo rota por el pálido resplandor del fuego del hogar, se pregunta dónde estará la espada que su padre le prometió cuando se encontrara en una extrema necesidad. Con el chisporroteo del fuego, que ilumina la empuñadura de un arma clavada en el fresno, el hombre recuerda el brillo de la mirada de Sieglinde. Cuando el fuego se apaga, aparece la mujer que ha adormecido a Hunding con un brebaje pensando en salvar al fugitivo, al que relata la siguiente historia:

El día de su boda forzada con Hunding, a quien fue regalada por unos ladrones, un anciano vestido de gris y cubierto con un gran sombrero, que le tapaba uno de sus ojos, entró en la choza provocando temor en los hombres y consuelo en ella; clavó en el árbol, hasta la empuñadura, una espada, prometiendo que pertenecería al héroe que pudiera arrancarla del tronco del fresno. Nunca nadie lo consiguió, pero Sieglinde presiente que lo hará el hijo de Wälse.

En el momento en el que la pareja se abraza, se abre espontáneamente la puerta de la choza: la primavera viene a celebrar su amor recién nacido. Los recuerdos se despiertan y ambos se reconocen como los hermanos separados por el infortunio de su destino. Ambos tienen en los ojos el brillo de los welsungos, y es Siegmund el nombre de aquél para quien su padre, Wälse, clavó la espada en el tronco. Nothung, el arma prometida para el momento de extrema necesidad, no tarda en estar en sus manos, junto con el amor de Sieglinde.

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Walkure_NothungSiegmund contemplando a la espada Nothung

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ACTO 2

Escena I

En una alta cima rocosa, Wotan se encuentra con Brünnhilde, su hija predilecta. El Dios va a poner en manos de la walkyria el destino de Siegmund: debe salir vencedor de su lucha con Hunding. La virgen guerrera se retira feliz por la misión que le ha sido encomendada, lanzando su grito de guerra y anunciando la llegada de la diosa Fricka, que, en un carro tirado por carneros, viene a oponerse a la resolución de su esposo. La guardiana del matrimonio, reclama la victoria de Hunding, el marido ultrajado, ante la ofensa del amor culpable de Siegmund y Sieglinde. En vano Wotan sostendrá la causa de los que se aman, en vano expondrá a la diosa sus motivos para conservar a Siegmund y que así, éste salve a los dioses del peligro al que se ven abocados. Fricka, demasiado herida por las infidelidades de su esposo, -ya tuvo bastante con consentir la presencia de las walkyrias, hijas ilegítimas de Wotan-, y nunca tolerará que el dios proteja a unos hermanos incestuosos que son, además, el testimonio vivo de sus amores con una mortal cuando, bajo el nombre de Wälse, anduvo errante por el mundo.

El dios de dioses se ve obligado a aceptar las reivindicaciones de Fricka. Después de una terrible lucha consigo mismo, cede ante la diosa, que se retira triunfante en el momento en el que vuelve la walkyria.

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Escena II

El aspecto victorioso de Fricka no le deja a Brünnhilde presagiar nada bueno. Efectivamente, encuentra a su padre abatido por el juramento que se ha visto obligado a hacer. Entonces, la walkyria deja sus armas y, cayendo a los pies del padre, le insta a que le abra su corazón. Así Wotan puede entrar en lo más profundo de su propia alma y descubrir todo lo que le ha llevado hasta el presente dolor: la ambición de poder que se hizo mayor cuando disminuyó en él el amor, los pactos contravenidos por los malos consejos del astuto Loge, el robo del anillo que debería haber devuelto a las hijas del Rin, pero con el que pagó el Walhalla y que ahora es propiedad de Fafner que lo guarda, celoso.

En su desesperación y en su miedo, el dios quiso consultar a Erda, -que ya le avisó una vez del peligro-, y que bajo los efectos de un hechizo de amor, le dio nueve vírgenes guerreras, -las walkyrias- que llevarían hasta el Walhalla a los más grandes héroes muertos en combate, que deberán defender a los dioses el día en el que los ejércitos de Alberich avanzen contra ellos. Nada serviría si el enano nibelungo logra recuperar el anillo; sin embargo, Wotan no puede arrebatar a Fafner lo que él mismo le dio. Sólo lograría cumplir con esta tarea un héroe libre, independiente, que actuara sin tener conciencia de haber recibido esta misión. Para ello, Wotan escogió a Siegmund. Vagó con él por los bosques, estimuló su temeridad, le armó con una espada invencible. Pero ya no hay solución, puesto que Fricka ha descubierto su juego.

Estallan la ira y la desesperación de Wotan, cuando se da cuenta de que debe abandonar a aquél a quien ama y quiere proteger. En su desesperación, sólo desea el fin que Erda ya le predijo: ya inevitable cuando Alberich engendrara un hijo, lo que ya ha sucedido, y Wotan, encolerizado, ve que el fin del Wallhalla se fa formando en el infinito, como bien anunció Erda.

Brünnhilde conmovida se ofrece a preservar la vida de Siegmund en el combate. Wotan se muestra inflexible y amenaza con castigarla si osa transgredir sus órdenes.

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Escena III

Sieglinde no escucha las palabras de amor de Siegmund, sólo busca huir de él: no quiere volver a entregarse, después de haber pertenecido por la fuerza a un marido al que desprecia. Los sonidos del cuerno y la jauría de Hunding la llenan de angustia, y, en su alucinación, cree ver a su hermano presa de los perros, lo que la lleva a perder el conocimiento.

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Escena IV

La walkyria avanza solemnemente hacia el héroe que abraza a la desmayada Sieglinde, le anuncia que está destinado a una muerte gloriosa en su combate con Hunding, y que, por lo tanto, debe preparase para seguirla al Walhalla. Siegmund no parece preocupado por su final, pero pregunta si en el Walhalla encontrará a su amanda Sieglinde. Ante la negativa de la guerrera, el héroe renuncia a una gloria que no pueda compartir con su amada. En el caso que el arma invencible con la que su padre le prometió la victoria, no le permita salir vencedor, no quiere participar de la inmortalidad sino es con Sieglinde. Brünnhilde le insta a que deje a Sieglinde a su cuidado, pero Siegmund decide que si ha de morir, antes matará a su amada. Ni siquiera le detiene el que la walkyria le revele que Sieglinde ya lleva otra vida en su vientre. Finalemente, ante tanto dolor, Brünnhilde se llena de compasión y promete ayudarle en el combate.

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Escena V

Siegmund va hacia el enemigo, separándose de Sieglinde. Ésta, en sueños, evoca los recuerdos de su infancia: el incendio de su casa y la pérdida de la familia; un trueno la despierta. Escucha las voces de Siegmund y Hunding provocándose para combatir; quiere separarlos, pero un rayo la deslumbra. Entonces, llega Brünnhilde, defendiendo a Siegmund con su escudo. Cuando el héroe va a dar a su adversario el golpe mortal, aparece Wotan que parte con su lanza a Nothung, la espada invencible, esto lo aprovecha Hunding para hundirle su lanza en el corazón.

Brünnhilde huye con Sieglinde en su caballo Grane, mientas Hunding retira su arma del cuerpo de Siegmund. Wotan contempla con desesperación el cuerpo de su hijo y lanza un mirada tan terrible a Hunding que éste cae fulminado. Inmediatamente, su dolor y su ira se vuelven contra la walkyria que osó desobedecerle, y emprende su persecución.

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Walkure_BanquetTerribles walkyrias

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ACTO 3

Escena I

Sobre la elevada roca las walkyrias, lanzan sus gritos de guerra para llamar a sus hermanas. Todas aparecen, a excepción de Brünnhilde, cabalgando por los aires y llevando sobre sus corceles a los héroes muertos destinados al Walhalla. Por fin llega Brünnhilde, pero con ella lleva a una mujer viva: Sieglinde. Confiesa a sus hermanas que huye de la cólera de Wotan, ya que ha osado desobedecerle, y les pide que le ayuden a salvar a la mujer. Pero las walkyrias no quieren que caiga sobre ellas la cólera de su padre.

Sieglinde, desesperada por sobrevivir a Siegmund le reprocha a Brünnhilde el haberla salvado y pide la muerte; pero la walkyria le revela que un welsungo crece en su vientre y que por él debe seguir viva. Primero asustada, después feliz ante la noticia, la mujer decide conservar su vida. Por consejo de las walkyrias, se refugiará en el bosque en el que vive Fafner y al que Wotan no se acerca jamás.

Waltraute anuncia la llegada del dios y Brünnhilde exhorta a Sieglinde a ser fuerte y valiente ya que de ella nacerá Siegfried: el más grande los héroes; y a él le habrá de entregar la espada rota que la walkyria rescató del campo de batalla.

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Escena II

Wotan ha llegado a la roca de las walkyrias y Brünnhilde ya no puede huir. Sus hermanas tratan en vano de esconderla, mientras la terrible cólera de su padre la reclama. No tarda en someterse a su voluntad y el dios estalla en reproches contra la que, siendo la más amada de sus hijas, osó rebelarse contra él. Su castigo será el exilio definitivo del Wallhalla, la pérdida total de su naturaleza divina. Convertida en una mujer mortal, quedará sin defensa, dormida en un camino para que el primero que pase la despierte y la someta. Las demás walkyrias intentan, horrorizadas, aplacar la furia del padre, pero éste las amenaza con un destino igual al de la rebelde, si osan defenderla. Entonces huyen, llenas de dolor, mientras la tormenta, que parecía no tener fin, da paso a una noche serena.

Escena III

Brünnhilde, tendida a lo pies del dios, levanta la mirada buscando la de su padre. Le pide que contemple su falta con menos rudeza: ¿Fue, realmente, tan infame su crimen, como para merecer un castigo tan degradante? ¿No le había pedido, primero, que diera la victoria al welsungo? ¿No era ése el más íntimo y secreto deseo de Wotan? Pero el dios se muestra inflexible. Entonces la walkyria le ruega que, al menos, el mortal que la vaya a tomar no sea un cobarde, que su salvador y su dueño sea el welsungo que va nacer de una raza de héroes. Ante la nueva negativa de Wotan, le insta a que proteja su sueño fatal con un obstáculo tan terrible que sólo aquél que no conozca el miedo pueda franquearlo. Finalmente, el dios, conmovido por la desgracia de su hija, por su dignidad y por la nobleza de su corazón, cede a este último ruego: alrededor de ella se elevará un fuego tal que sólo el más valiente de los mortales osará traspasarlo.

Con un beso en los ojos de la walkyria, Wotan la despoja de su divinidad y la deja dormida sobre la roca. Emocionado, la reviste con todas sus armas, golpea tres veces sobre una roca con su lanza e invoca a Loge, el dios del fuego. Entonces, se enciende una llama que, en poco tiempo, abraza la alta roca como un enorme escudo de fuego que protegerá a la virgen dormida.

.Walküre_Wotan_BrunnhildeWotan se despide de Brünnhilde

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Fuente: http://www.wagnermania.com

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rheingold_Walhalla

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Escena I

La acción de la primera escena del Prólogo de la Tetralogía se sitúa en las profundidades del Rin. Tres ninfas juegan entre las olas y guardan el oro que su padre, el río primordial, les mandó custodiar. Alberich, el enano, el nibelungo, se acerca a ellas con la intención de seducirlas. Las ondinas juegan con este ser deforme y se burlan de sus deseos; pero, hablan demasiado y le revelan el secreto del tesoro que guardan: con él se puede forjar un anillo que permitirá conquistar el mundo a quien lo posea. Ahora bien, quien quiera conseguirlo habrá de renunciar al amor. Alberich, rabioso por el rechazo de las Hijas del Rin, sube hasta la roca en donde reposa el oro y se hace con él.

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Rheingold_Alberich_Rhin

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Escena II

El dios Wotan y su esposa Fricka se despiertan en un valle entre cumbres montañosas. El dios de dioses contempla, orgulloso, el Walhalla: el edificio que representará lo eterno de su poder y de su gloria; pero, su mujer le recuerda, con horror, que el precio que deberá pagar a los gigantes Fafner y Fasolt por haberlo construido es su hermana Freia (la diosa del amor y de la belleza), según el pacto al que le empujó Loge (el semi-dios del fuego y maestro en el arte de la astucia). Wotan no tiene la intención de entregar a Freia a los gigantes, pero se impacienta porque Loge no parece llegar a tiempo para sacarle del apuro.

Mientras dioses y gigantes discuten por el pago del contrato, aparece Loge. Dice que ha recorrido el mundo para encontrar algo que pueda satisfacer a los constructores en lugar de la diosa, pero reconoce que no hay nada en el mundo que quiera apartarse del amor y de la mujer. Salvo un único ser: el enano Alberich, que renunciando al amor se hizo con el oro del Rin, por el que ahora claman las ondinas, implorando a Wotan que les ayude a recuperarlo.

Al oír este relato, los gigantes empiezan a ambicionar el oro y aceptan que se les pague con él, de mientras se llevan a Freia como rehén, para asegurar que esta vez el contrato se cumpla. En cuanto desaparecen, los dioses envejecen: se les ha privado de las manzanas que les daban la eterna juventud y que sólo la diosa Freia cultivaba y guardaba. Se hace imprescindible que Wotan baje al reino de los nibelungos para recuperar el oro. Lo hace acompañado de Loge.

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Rheingold_Wotan_loge

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Escena III

En una oscura gruta, en las entrañas de la tierra, Alberich arranca violentamente a su hermano Mime el tarnhelm, el yelmo mágico que vuelve invisible a quien lo lleva, que Mime acaba de forja. Las quejas de Mime atraen a Wotan y Loge, a quienes cuenta sus desdichas y cómo, gracias al oro del Rin, Alberich ha esclavizado a su propio pueblo, que trabaja para él a golpe de látigo.

Cuando Alberich descubre a los dos visitantes, les llena de imprecaciones y amenazas: cómo él ha rechazado el amor, obligará a todo lo que vive a la misma renuncia; los dioses, les dice, deberán guardarse de los ejércitos que saldrán de las oscuras profundidades del reino Nibelungo. Wotan trata de alcanzarle con su lanza, pero Loge le detiene, invitándole a usar contra el enano, la astucia y no la fuerza. Así, Loge alaba su poder y el del yelmo, y le invita a demostrar de lo que es capaz pidiéndole que se convierta primero en dragón, Alberich lo hace; y luego en sapo, al hacerlo, Wotan le pone el pie encima. Así lo atrapan y lo llevan con ellos.

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rheingold_end

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Escena IV

De nuevo en las alturas, los dioses obligan a Alberich a entregar el tesoro a cambio de su libertad. A una orden suya, los nibelungos lo van amontonando frente a los dioses. Alberich quiere quedarse con el yelmo mágico y la sortija, pero Loge arroja el Tarnhelm al montón del oro y Wotan le arranca violentamente el anillo del dedo. Sólo entonces liberan al enano que, furioso, pronuncia la maldición: todos codiciarán ese anillo, que además llevará a la muerte a quien lo posea. Wotan parece no escucharle y mira, hechizado, la joya que brilla en su dedo.

Vuelven los gigantes, con Freia, a cobrar su salario y los dioses se sienten rejuvenecer. Pero, antes de que puedan tocarla, los constructores del Walhalla clavan sus estacas en el suelo, al lado de la diosa de manera que midan una altura y una anchura iguales a ella. Allí se va amontonando el oro hasta que Freia queda cubierta por él. Cuando Loge arroja el yelmo de invisibilidad al tesoro amontonado, todavía hay una rendija por la que Fasolt puede ver el brillo de los ojos de la diosa del amor, y el gigante obliga a Wotan a taparla con el anillo; pero el dios de dioses, cautivo ya de la magia de la sortija, no está dispuesto a entregarla.

Los dioses exigen a Wotan a devolver el anillo, los gigantes amenazan con romper el pacto; en ese momento de confusión, la luz se oscurece y el alma antigua de la tierra, la que todo lo sabe, emerge de las profundidades de la gruta en la que duerme su sabiduría. Es Erda, la madre de las tres Normas que tejen el hilo de todos los destinos. La diosa prevé un ignominioso fin para los dioses y exige a Wotan a que devuelva el anillo. El dios quiere saber más, pero Erda ya se ha hundido en las profundidades. Wotan, tras una breve meditación, arroja el anillo sobre el tesoro.

Los efectos malignos de la joya no se hacen esperar: En un ataque de avaricia y ambición, Fafner mata a Fasolt, y le arrebata el anillo, lo guarda en un gran saco junto al resto del tesoro y se lo lleva, arrastrando la pesada carga y sin volver la vista atrás. Los dioses han observado la escena con horror.

Donner se propone limpiar la cargada atmósfera. Subiéndose a un peñasco cercano, hace girar su martillo y desaparece en una nube de tormenta cada vez más negra. Entonces se oye el golpe de su martillo contra la peña: un relámpago atraviesa la nube y le sigue un violento trueno. Cuando la nube se disipa, un espléndido arco iris está uniendo el valle con la fortaleza, es el puente por el que los dioses subirán al Walhalla. Emprenden solemnemente la marcha, mientras las Hijas del Rin piden que el oro les sea devuelto, y Loge se plantea devorar, volviendo a su forma de llama, a los divinos, antes que perecer con ellos.

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Barenboim_Meistersingers

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Acto I

En el interior de la iglesia de Santa Catalina, en Nuremberg, se celebra la vigilia de San Juan Bautista. El último banco está ocupado por Eva y su ama Magdalena. La primera coquetea con un caballero, que había conocido la víspera en casa de su padre, pero Magdalena recuerda que la joven está comprometida con el Maestro Cantor que consiga vencer en el concurso que se celebrará al día siguiente, en la festividad del santo patrono de la ciudad. Walther, que así se llama el caballero, queda profundamente turbado por la noticia. Poco después, aparece David, enamorado de Magdalena y aprendiz del zapatero-poeta Hans Sachs, dispuesto a preparar la iglesia para una reunión de los Maestros Cantores; ésta le pide que le explique a Walther cómo puede llegar a convertirse en Maestro para, así, ganar la mano de Eva.

Mientras otros aprendices acondicionan el templo, el muchacho le explica al caballero las numerosas y complejas reglas de los modos y las rimas que se han de dominar y poner en práctica para la creación de una nueva melodía sobre versos originales: es así como se alcanza el título de Maestro Cantor. Walther no se arredra ante la dificultad y decide ponerse a la obra. Tampoco le asustará la terrible figura del «marcador»: cada candidato a Maestro sólo puede cometer un máximo de siete errores, que este personaje anota sobre una pizarra. Mientras los Maestros Cantores entran por la sacristía, los aprendices se dispersan.

El primero en llegar es Pogner, el padre de Eva, un rico orfebre de Nuremberg; viene acompañado (o, más bien, atosigado) por el escribano Beckmesser, un más que maduro solterón que le pide insistentemente ayuda para obtener la mano de su hija. Walther le saluda y le anuncia que quiere presentarse al concurso de canto. El padre de Eva acoge con alegría la noticia, al contrario que el escribano. Mientras, van llegando todos los Maestros; el último es Hans Sachs; entonces, el secretario pasa lista y se decide iniciar la sesión. Beckmesser se propone a sí mismo como marcador.

Pogner explica su indignación, durante sus viajes por tierras alemanas, al constatar que las gentes tienen a los burgueses por avaros, mezquinos y enemigos de las artes, sólo preocupados por los negocios. Y es precisamente para luchar contra esas ideas injustas, para probar que él no pone nada por encima del arte, por lo que ofrece la mano de su hija Eva y sus bienes al vencedor del concurso de canto del día de San Juan. No todos los Maestros dan muestras de aprobación, Hans Sachs y Beckmesser parecen contrariados. Sin embargo, el zapatero se contenta en el momento en el que Pogner asegura que Eva podrá rechazar al vencedor, si éste no es de su agrado; pero que sólo podrá casarse con un Maestro Cantor. Beckmesser no parece nada convencido. Cuando vuelven a la orden del día, el rico orfebre presenta a Walther von Stolzing como candidato al concurso.

La asamblea recibe con cierta suspicacia al aristócrata y le pregunta quién ha sido el artista que le ha enseñado a cantar. El caballero, entusiasmado, cuenta que en el silencio de las largas veladas invernales estudió poesía en el viejo manuscrito de uno de los más famosos Minnesingers alemanes: Walther von der Vogelweide, y que, en cuanto a la música, fueron los pájaros del bosque y la naturaleza en primavera sus maestros. Después de algunas discusiones, y en contra de la opinión de Beckmesser, la candidatura de Walther es oficialmente aceptada. El secretario de la corporación enuncia las reglas del concurso de canto. Walther se adelanta hacia el estrado de los candidatos y Beckmesser, en su papel de marcador, le ordena que comience.

Se escucha un encendido y libre himno a la naturaleza, la primavera y el amor, mientras Beckmesser no cesa de apuntar en la pizarra innumerables errores hasta, finalmente, interrumpirle. Hay un gran desconcierto en la asamblea. Sachs intenta convencer a sus compañeros de que, pese a que la canción de Walther es poco ortodoxa, tiene una gran inspiración; también le recrimina a Beckmesser el abuso en sus funciones de corrector, por causa de los celos, e invita al joven a reemprender su canto. Pero el antipático escribano consigue que, salvo Sachs y Pogner, la asamblea vote contra Walther. Vuelven los aprendices y, al mezclarse con los maestros, reina una gran confusión. Todos salen de la iglesia y Sachs, descorazonado al mirar el estrado vacío del candidato, se queda solo.

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Meistersingers

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Acto II

En una estrecha calle de Nuremberg se miran, frente a frente, la modesta casa de Sachs y la imponente mansión de Pogner, junto a la primera se alza un saúco, junto a la segunda un tilo. Estamos al comienzo de una tibia y perfumada noche de verano. Los aprendices cierran las ventanas de las casas de sus maestros, y, mientras se adelantan a la celebración de la fiesta de San Juan, le preguntan a David sobre su historia de amor de Magdalena, que sale de la mansión de su amo con una cesta llena de viandas. Cuando el aprendiz le cuenta el fracaso de Walther en la prueba de canto, le deja sin la cena que le traía y entra precipitadamente en casa de Pogner. David tiene que soportar las risas de sus compañeros y Hans Sachs pone fin al alboroto ordenándole que vuelva a su trabajo.

Eva y su padre se sientan bajo el tilo hablando sobre el concurso de canto del día siguiente y las consecuencias que tendrá en la vida de la muchacha. Cuando ambos entran en la casa, Magdalena le cuenta el fracaso de Walther y la muchacha decide ir a visitar a Sachs para que la aconseje. Su ama también tenía que darle un recado de Beckmesser, pero no le da la más mínima importancia.

Sachs se sienta a trabajar a la puerta de su casa y manda a David a dormir. Ya solo, empieza a recordar los recientes acontecimientos: la rigidez de los maestros frente a la belleza, la originalidad y la frescura del himno a la primavera de Walther. Aparece, entonces, Eva, queriendo saber, por boca de su amigo, qué ocurrió en la prueba, pero no se atreve a preguntarlo abiertamente. En su conversación hay mucha ternura, bastante ironía y un poquito de malicia. Cuando salen a relucir las pretensiones de Beckmesser de ganar el concurso, para así poder casarse con Eva, ésta invita a Sachs a presentarse, puesto que es Maestro y viudo; pero, aunque esa propuesta le seduzca más de lo que quisiera, la rechaza apelando a su edad. Cuando, finalmente, la muchacha conoce lo sucedido en la prueba de la mañana, se muestra tan contrariada que el viejo zapatero descubre sus sentimientos por Walther y decide ayudar a los jóvenes enamorados.

Magdalena se encuentra con Eva y le transmite, por fin, el mensaje de Beckmesser: quiere ofrecerle una serenata bajo su ventana esa misma noche; pero la hija de Pogner convence a su ama para que ocupe su lugar, mientras ella se encuentra con Walther que une su alegría al verla con su indignación por el comportamiento de los Maestros Cantores. Cuando el sereno canta las diez en su ronda nocturna, Eva conduce a su enamorado bajo el aromático tilo y ambos deciden huir juntos. Sin embargo, Sachs ha sido testigo de toda su conversación y se promete vigilar a la pareja para no permitir que hagan una locura. Cuando Eva vuelve disfrazada con las ropas de Magdalena, Sachs proyecta sobre ellos la luz de su lámpara. Los jóvenes quedan aturdidos.

Entonces, por la calleja, aparece Beckmesser, disponiéndose para la serenata. El zapatero quita la lámpara de la ventana, Walther, reconoce al escribano como el odioso marcador de la prueba y quiere lanzarse contra él, pero Eva le sujeta. Cuando intenta iniciar su canto, Sachs comienza a golpear con todas sus fuerzas los zapatos con un martillo y entona a voz en cuello una canción cargada de sarcasmo sobre la expulsión de Adán y Eva del paraíso. El grotesco escribano está furioso pero intenta hablar con Sachs convenciéndole de que juzgue la canción que presentará al concurso para poder, así, iniciar su serenata. Sachs acepta, siempre y cuando pueda continuar con su trabajo; marcará cada error con un golpe de martillo en la suela de los zapatos que está confeccionando. Magdalena aparece en la ventana de Eva y los enamorados buscan resolver su difícil situación.

Cuando Beckmesser comienza a cantar, Sachs le saca tal cantidad de faltas que le da tiempo, con tanto martillazo, a acabar un par de zapatos. El escándalo despierta al vecindario, David ve al escribano dando una serenata a Magdalena y se lanza contra él. Aprendices, maestros y vecinos salen a la calle y se enzarzan en una gran pelea. El zapatero sigue vigilando a los enamorados que se disponen a huir entre el bullicio, pero empuja a Eva a los brazos de su padre y obliga a Walther a entrar en su taller. El agua que las mujeres han arrojado desde sus ventanas han contribuido a calmar los ardores guerreros del vecindario que se retira, como Beckmesser, pero él, además, cojeando y con el laúd hecho pedazos. Todas las ventanas se cierran. El sereno da las once sin apenas poder creer lo que ve, después de tanto alboroto: una ciudad que duerme tranquila bajo el manto resplandeciente de la luna llena.

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Acto III

En la mañana de San Juan y en el interior de su taller Hans Sachs lee. David entra, tropezando, e intenta justificar su comportamiento de la víspera, pero su maestro no le da mayor importancia, sólo le pide que cante su pregón. Al hacerlo, se confunde de melodía, utilizando la misma de la canción que Beckmesser entonaba la víspera. Ante la sorpresa del zapatero, reconoce su error y entona la suya, lo que le hace comentar no sólo que precisamente ese día es el del santo del maestro sino también que debería volver a casarse y lo podría hacer con Eva, ya que nadie pondría en duda que, de presentarse al concurso, sería él el ganador y no el odioso escribano. Sachs le manda arreglarse para la fiesta.

Ya solo, el zapatero se pregunta, recordando la agitada noche, sobre la propensión natural del hombre a la pelea y sus extrañas causas. Aparece, entonces, Walther que se acaba de despertar. Está descansado y ha tenido un sueño precioso, pero no quiere volver a oír hablar de los Maestros Cantores. Sachs les justifica: aunque a veces se puedan equivocar, son honestos y defienden lo que creen bueno y auténtico. Así que se presta a ayudar al joven caballero a componer una canción, basaba en su sueño y siguiendo las normas de los Maestros. Walther canta dos bellas estrofas y ambos se disponen a prepararse para la fiesta.

Beckmesser, tan atildado como ridículo, entra en el taller vacío, encuentra la hoja donde el zapatero escribió la canción de Walther y la guarda en un bolsillo. Convencido de que ésta es una declaración de amor y Sachs su rival, va a su encuentro acusándole de ser el causante del tumulto de la noche anterior, para ridiculizarle delante de Eva, y enarbola la hoja robada como prueba de esta acusación. Para su sorpresa, el zapatero le dice que puede quedarse con ella, incluso cantarla, aunque le previene de que no es fácil encontrar el tono justo de la melodía. El escribano se marcha feliz y convencido de que, con esa canción, no tendrá rival en el concurso.

Fingiendo que le aprietan sus zapatos nuevos, Eva entra en el taller del zapatero, radiante con su vestido blanco de fiesta; entonces, aparece Walther, apuesto y elegante, en sus mejores galas de caballero. Ambos quedan extasiados ante la visión del otro y el zapatero hace como si no se diera cuenta, poniendo, aparentemente, toda su atención en el zapato de la muchacha e invitando discretamente a Walther a proseguir su canción. Dicho y hecho: el joven reemprende el canto que evoca su amor, con lo que Eva rompe a llorar y se abraza a Sachs. Turbada por la música y por la bondad del noble zapatero (que tiene que disimular sus fuertes emociones), le manifiesta todo su cariño y que no hubiera dudado en ser su esposa, si otro amor más grande no hubiera conquistado su corazón. Sachs evoca, entonces, la historia de Tristán e Isolda, afirmando que a él no le gustaría correr la misma suerte que el rey Marcos.

Cuando aparecen Magdalena y David, el Maestro se dispone a dar nombre a la canción de Walther; él será el padrino y Eva la madrina. Pero en un bautizo hacen falta testigos y, como un aprendiz no tiene categoría suficiente para serlo, con una sonora bofetada, le hace oficial. Todos evocan la magia de ese instante tan parecido a un sueño. Pero el zapatero les devuelve a la realidad: deben salir hacia la pradera en donde se celebra la fiesta de San Juan.

Nuremberg se divisa en la lejanía, mientras el río Pegnitz serpentea por la pradera. En ella, se ven quioscos multicolores donde se refrescan los burgueses que llegan bulliciosos, alegres y vestidos de fiesta. Todos los gremios de la ciudad, con sus banderas y estandartes multicolores, desfilan y cantan alegres pregones, con viejas historias de la heroica villa. Por el río aparece un barco con muchachas de un pueblo vecino que animan a los jóvenes a bailar con ellas. Entre ellos está David que vuelve a ser el blanco de las bromas de sus compañeros cuando le recuerdan que Magdalena le puede descubrir. Cesan las chanzas en el momento en el que los Maestros Cantores llegan en procesión solemne.

El pueblo entero aclama a Hans Sachs con un himno que el zapatero agradece para, inmediatamente después, rendir homenaje a Pogner que, al ofrecer la mano de su hija y toda su fortuna, muestra al mundo hasta qué punto Nuremberg reverencia el Arte y la valía de los Maestros Cantores. Beckmesser, que no parece manejarse demasiado bien con la canción de Sachs, comienza a sentir miedo. Pero su actuación debe ser la primera, al ser el más veterano. Con una pisada no muy firme, se acerca al escenario.

Sachs le invita, muy discretamente a retirarse y el pueblo se mofa de él. Pese a ello, inicia una grotesca serenata que no es ni el pálido reflejo de la canción que se apropió en el taller de Sachs. El pueblo estalla en carcajadas y Beckmesser intenta justificar su fracaso: se lo echa en cara al zapatero a quien acusa de ser el verdadero autor de la canción. Sachs lo niega y pregunta si alguien puede avalar su palabra. Entonces, Walther se adelanta y deja oír su propia interpretación del poema. Le escuchan unos Maestros emocionados y es aclamado por el pueblo. Eva le corona con mirto y laurel y le conduce delante de su padre pare recibir su bendición y la aceptación de Walther, con todos los honores, como Maestro Cantor. Todos quedan estupefactos cuando el orgulloso caballero rechaza la cadena con la imagen del rey David que representa a la corporación.

Ante la consternación general, Sachs le reprocha dulcemente el gesto de ingratitud y vuelve a explicar la noble función de los Maestros como guardianes y garantes del Sagrado Arte Alemán. Eva retira la corona de la frente de Walther y la coloca en la de Sachs que toma, a su vez, la cadena de las manos de Pogner y la coloca alrededor del cuello del caballero. Todo es alegría en una pradera que homenajea a un ciudadano de Nuremberg cabal, zapatero y poeta.

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Fuente: http://www.wagnermania.com

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Acto I

Sobre el puente de una nave que gobierna Tristán y que va de Irlanda a Cornualles, viajan la princesa Isolda y su fiel sirvienta y amiga Brangäne. Tristán ha sido enviado por su tío, el rey Marke de Cornualles, a buscar a Isolda, con la que el rey va a casarse. Un joven marinero, desde lo alto del mástil, canta «Frisch weht der Wind der Heimat zu» (Una fresca brisa nos conduce a la patria). Isolda está inquieta. Cuando Brangäne divisa de lejos la costa de Cornualles, Isolda exclama que más le valiera que el huracán destrozara la nave antes de la llegada. Brangäne pregunta afligida qué es lo que preocupa a su ama y entreabre la cortina de la cámara, con lo cual Isolda ve a Tristán, que está al timón.

Isolda vuelve a sentir deseos de morir, y ordena a Brangäne que pida a Tristán que se presente ante ella. Él se niega, pues debe mantener el timón firme. Kurwenal, su escudero, y los marineros cantan un hosanna a Tristán y una canción en que se relata un episodio de la infancia de éste: Irlanda había enviado a Cornualles a Mórold para cobrar un tributo de trescientos jóvenes y trescientas doncellas de quince años, pero Tristán le desafió y le cortó la cabeza. Luego, la envió en lugar del tributo.

Brangäne nota que la canción afecta a Isolda, y cierra la cortina. Entonces es Isolda quien relata – «Von einem Kahn, der klein und arm…» (De un caballero, pequeño y pobre…) – la otra parte de la historia-. Mórold era su prometido y ella juró vengarle matando a Tristán. Pero entonces llegó a Irlanda un joven, con una herida incurable, que había recibido en lucha. En realidad era Tristán, de incógnito, buscando un bálsamo milagroso que sólo conocía la madre de Isolda, para curar su herida en la lucha con Mórold. Cuando Isolda supo quién era el joven se acercó a él con la espada desnuda para cumplir su venganza, pero una simple mirada en los ojos inflamó la pasión de ambos. Isolda no le delató, le curó y le envió a su patria sano y salvo. Y ahora, explica afligida, ese mismo Tristán la viene a buscar para que se case con otro.

Brangäne trae el cofre con las bebidas milagrosas de la madre de Isolda, entre las cuales hay bálsamos curativos, filtros de amor y terribles venenos. Pese a los esfuerzos de Brangäne, Isolda escoge un veneno mortal para dárselo a Tristán. Cuando Kurwenal aparece para anunciar que la costa está próxima, Isolda dice que no irá a presencia del rey a menos que Tristán se presente para tratar de una deuda no saldada.

Mientras Tristán se acerca, Brangäne trata en vano de ablandar a Isolda. Tristán escucha atento el relato que hace Isolda de la afrenta recibida, la acepta como propia y ofrece a Isolda su espada, dispuesto a morir en desagravio. Pero ella se niega y le ofrece lo que llama la copa de la reconciliación. Tristán intuye el engaño, pero bebe sin vacilar; entonces Isolda, enamorada y pesarosa, le arranca la copa de las manos, y bebe el resto, pensando que así morirán ambos.

Pero Brangäne, incapaz de ser cómplice del asesinato, ha cambiado el veneno por un filtro de amor, que inflama los sentidos de los enamorados. Murmuran cada uno el nombre del otro y se abrazan, apasionadamente. En este momento se oyen las trompetas que anuncian la llegada del rey. Isolda cae desvanecida en brazos de Tristán. Sus damas la recogen y la llevan hacia donde espera el rey Marke.

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Acto II

El rey Marke se ha ausentado de su castillo, según se ha dicho, para una partida de caza. En realidad, es una añagaza sugerida por Melot, amigo de Tristán, pero que, convertido en traidor, le está vendiendo al rey.

En el jardín, a la entrada de las habitaciones de Isolda, Brangäne sigue con la mirada a los cazadores que se alejan: «Noch sind Sie nah» (Aún están cerca). Isolda espera ansiosa a Tristán, con el que se ha citado. Brangäne previene a Isolda acerca del traidor Melot, pero Isolda cree que Melot ha aconsejado la partida de caza para favorecer sus amores con Tristán. Brangäne sigue sospechando una asechanza, por lo que duda en hacer la señal convenida para que Tristán se acerque, que es apagar la antorcha. Isolda, impaciente, se la arranca de las manos y la arroja al suelo.

Mientras Brangäne se aparta y vigila, aparece presuroso Tristán y ambos se arrojan uno en los brazos del otro. Hundidos largo rato en un sueño amoroso, no advierten que despunta el día ni oyen la advertencia que les hace Brangäne de que acercan cautelosamente el rey Marke, Melot y los cazadores. También Kurwenal grita advirtiendo del peligro, pero ellos están sumidos en su amor. La agria voz de Melot, que se jacta de su hazaña, logra volverles en sí. Sin embargo, Marke no se muestra agradecido a Melot, y permanece callado, al igual que Tristán, que no esperaba la traición de su amigo.

Tampoco sabe qué decirle a su tío, al que lamenta haber traicionado. Abatido, resignado y presintiendo la muerte, pregunta a Isolda si quiere seguirle en el largo e ignorado camino del más allá. Melot incita al rey a la venganza y eso despierta a Tristán, que se precipita sobre Melot con la espada desenvainada: «Wer wagt sein Leben an das meine» (Qué más da, su vida o la mía), pero, en el momento en que Melot saca la suya, Tristán se entrega y presenta el pecho desnudo. Cae mortalmente herido en brazos de Kurwenal, mientras Isolda grita horrorizada. El rey Marke ordena prender a Melot.

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Acto III

Ruinas del castillo de Kareol, en Bretaña, residencia hoy abandonada de los antepasados de Tristán. Kurwenal ha conducido allí a su amo para intentar salvar su vida o para que, si no lo consigue, muera en casa. Entretanto ha enviado mensajeros a Isolda para comunicarle dónde está Tristán y pidiéndole que acuda a salvarle. Al principio, ambos duermen, mientras un Pastor toca su caramillo, personificado en la orquesta por el corno inglés, un pasaje lleno de melancolía y añoranza.

Tristán está amodorrado y sueña que ya ha muerto. Kurwenal habla con el Pastor y le envía a ver si hay algún buque a la vista, pero el otro regresa desalentado: sólo el inmenso mar. Cuando Tristán despierta -«Wer ruft mich?» (¿Quién me despierta?) -, Kurwenal no cabe en sí de gozo y cae a sus pies. Después, trata de incorporar a su amo, quien se lamenta de estar todavía vivo, pues vivir es para él una tortura.

El Pastor ha vuelto a tocar el caramillo, por lo que toda la queja de Tristán tiene como fondo el corno inglés, quejumbroso y doliente. Pero, de repente, el Pastor cambia de tonada, que es ahora alegre; un buque se acerca. Tristán invoca el nombre de Isolda, la única cuya presencia podría salvarle, pero es demasiado esfuerzo para él. Desesperado, se arranca los vendajes de su herida y cae muerto, pronunciando el nombre de la amada.

En medio de una apoteosis, entra Isolda, -mientras se escucha en la orquesta el motivo de la felicidad: «Ha! Ich bin’s! Ich bin’s!» (¡Ah, soy yo, soy yo!)-. De repente ve el cadáver y cae desvanecida a sus pies. Se oye entonces el ruido de la llegada de un segundo buque, el del Rey. Kurwenal cree que viene en son de guerra y sale con el Pastor para rechazar el ataque. Hay pelea, y en ella quedan muertos el Pastor, Kurwenal y Melot. El rey Marke, que venía a comprender y perdonar, y una desolada Brangäne, escuchan a Isolda entonar la desgarradora melodía de la «Muerte por amor«. Al final se desploma; ha fallecido.

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Fuente: http://www.wagnermania.com

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Hoy es 25 de julio, y aunque este no sea el blog de las efemérides, no podemos pasarlo por alto: Hoy empieza el Festival de Bayreuth.

Artículo sobre Bayreuth.

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bayreuthInterior del teatro de Bayreuth

Cuando uno va a ver una ópera, es habitual que, en la entrada, le entreguen un folleto con la sinopsis argumental de la obra. Algo sencillo y ameno, para saber de qué va lo que se dispone a ver.
En Bayreuth, no.
Es IMPENSABLE que alguien vaya al festival wagneriano de Bayreuth sin saberse al dedillo el argumento de las operas.

Por ello, y siguiendo con su voluntad cultivadora de cultura, el Diario Ilustrado os ofrece las sinopsis argumentales de las operas que este año se podrán ver en el Festival. Así, si algún día vais (hay una cola de unos diez años para conseguir entrada) sabréis de qué va la cosa.

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Recordad que las operas se pueden seguir, en vivo, por RNE – Radio Clásica a partir de las 15:50. El calendario es el siguiente:

  • Sábado 25 de julio: TRISTAN UND ISOLDE
  • Domingo, 26 de julio: DIE MEISTERSINGER VON NÜRNBERG
  • Lunes, 27 de julio: DAS RHEINGOLD
  • Martes, 28 de julio: DIE WALKÜRE
  • Jueves 30 de julio: SIEGFRIED
  • Sábado 1 de agosto: GÖTTERDÄMMERUNG
  • Domingo 2 de agosto: PARSIFAL

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Por fin, años de soborno han dado sus frutos…

Premio Este blog ha sido galardonado con el desconocido e inventado Premio Violeta... También he sido finalista al premio Apio, al premio Yul Bryner, y al tocón de madera por mis posts sobre la madera.

Dónde perderse…

Yo en Hogwarts sería…