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Para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede: y trata de vivir su vida como si la contara.
Pero hay que escoger: o vivir o contar. (…)
Cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos. Los días se añaden sin ton ni son, en una suma interminable y monótona. De vez en cuando se saca un resultado parcial; uno dice: hace tres años que viajo, tres años que estoy en Bouville. Tampoco hay fin: nunca nos abandonamos de una vez de una mujer, a un amigo, a una ciudad. Y además, todo se parece. Shangai, Moscú, Argel, al cabo de quince días son iguales. Por momentos –rara vez- se hace balance, uno advierte que está pegado a una mujer, que se ha metido en una historia sucia. Dura lo que un relámpago. Después de esto, empieza el nuevo desfile, prosigue la suma de horas y días. Lunes, martes, miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926, 2008, 2009.
La náusea
Jean-Paul Sartre
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